Una entrega temblorosa
Mis nervios se dispararon cuando extendí el humilde paquete hacia mamá, con las manos temblorosas a pesar de mi esfuerzo por mantenerme firme. En ese momento, papá rompió la tensión con un estallido de aplausos, cuyas palmadas resonaron en la sala con audaz confianza. Su sonrisa irradiaba orgullo, como si yo ya hubiera triunfado. El sonido se propagó y los demás empezaron a aplaudir también, y su curiosidad se convirtió en ánimo. Alguien gritó: "¡Ábrelo ya!" y, de repente, la energía se sintió más ligera, más cálida, casi acogedora.
Un traspaso tembloroso
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La multitud se une
El audaz entusiasmo de papá se extendió más rápido de lo que imaginaba, y los aplausos levantaron el pesado aire. Los invitados corearon: "¡Ábrelo, ábrelo!", empujando juguetonamente a mamá hacia el regalo. Levantó las manos y las comisuras de los labios se crisparon en una sonrisa reticente. "¡Vale, vale!", se rió, y la barrera helada que nos separaba se resquebrajó lo suficiente para dejar entrar el calor. La alegría se hizo contagiosa, las risas se mezclaron con los aplausos y el ambiente se tornó más alegre.
La multitud se une